7.02.2008

DESVANECIMIENTO

por: eduardo warnholtz


Francesca Woodman, House #3

Norteamericana hija de padres italianos, obtuvo de ellos sus primeras influencias hacia el arte, de tal forma que, desde pequeña, lo conceptualizó no sólo como un modo de vivir, sino más bien como un modo de pensar; posteriormente estudió fotografía en la Rhode Island School of Design -RISD-, de la cual se genera, a manera de ejercicios, gran parte del trabajo de Francesca.

Ahora bien, ¿cómo conocer el trabajo o pensamiento de Francesca? Solamente a través de sus imágenes. Éstas muestran una clara inquietud por desaparecerla, por fusionarla, por desvanecerla. La ansiedad de mimetizarse se refleja en escenas cargadas de soledad y deterioro; podemos ver que en muchas de sus imágenes y, en lo particular, en House # 3, proyectan un vacío y una austeridad muy particulares que dejan entrever la falta y, a su vez, la búsqueda de identidad de Francesca.

Es evidente que la obsesión es intensa: Woodman se encuentra a sí misma como un objeto y el resultado de sus imágenes refleja, por un lado, un espectro de sí misma y, por otro, una realidad de su existencia, la cual invita a no dejarla mover, a no dejarla desvanecer, a no dejarla ir.

Sin embargo, es paradójico el verla y no verla; vive y muere a la vez; se congela y se barre simultáneamente; se refleja y se evade; muestra y no muestra; da y quita; es instintiva y anhela espiritualidad.

¿Por qué oculta su rostro? ¿Por qué se decapita? ¿Será que no existe la identidad? ¿Tendrá Francesca su propia personalidad, es decir, suena por sí misma? ¿Alguien la escucha? Yo creo que imagen, por sí sola, clama el vacío que emana de Woodman; tal vez sus fotos, ésta en particular, son ese rostro que no vemos, son esa voz que nunca se oyó.

¿Por qué desearía desaparecer? Creo que esta interrogante hace enigmática las imagen de Woodman. La presencia de la joven fotógrafa en contraposición a sus objetos como, paredes, ventanas, papeles, ropa, azulejos rotos, cerillos consumidos ..., polariza la frescura y calidez de Francesca con la frialdad de dichos objetos. Tal parece que éstos quisieran aprehenderla, casi tragarla. Es como si el más allá de los objetos la estuviera esperando y nosotros, como espectadores, sólo pudiéramos percibir la entrada. Sin embargo, estas imágenes parecen mostrarnos a la fotógrafa como alguien que ya no existe, pero que se manifiesta en el encuadre rodeada de un aura que, a su vez, la hace resplandecer y la enaltece.

Francesca Woodman no parece preocuparse por la técnica y la composición fotográfica; no quiero decir que la foto no la tenga, evidentemente la autora se encuentra esclavizada por su objetivo primordial: ella misma.
La utilización de la luz natural, a través de las ventanas ayuda a dicho objetivo; los espacios se hacen más espacios, la soledad se acentúa; las texturas se levantan con iluminaciones laterales, el deterioro se manifiesta; el contraste de claros y oscuros profundiza las situaciones, el drama se evidencia.

Por otro lado, la cualidad de las velocidades lentas del obturador de la cámara crea la ilusión de desvanecimiento por medio del barrido; el punto de vista del objetivo de la cámara la minimiza o la engrandece a capricho de sí misma. Y si a esto le sumamos el manejo del laboratorio, el lenguaje de Woodman se hace cada vez más rico y extenso.

Ella es un claro y magnífico ejemplo del uso de la fotografía como herramienta de expresión; en este caso, como un medio para llegar a lo más profundo a lo que cualquier fotógrafo podría alcanzar de quererlo así.

Las fotografías de esta autora obviamente sugieren más de una lectura; el enigma que ellas encierran no siempre está a flor de piel, de tal forma que cuando éste aparece la imagen habla por sí misma, su fuerza descriptiva deja de ser latente y se convierte, al fin, en lo que alguna vez fue y seguirá siendo Francesca Woodman. ew

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